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El transporte eléctrico, una matriz energética privilegiada y una firme determinación convierte a Oslo en una ciudad más ecológica.
Es poco probable que la experiencia individual o colectiva sea replicada en su totalidad. Diferentes factores hacen esto imposible, partiendo básicamente en que los pueblos y las geografías tienen sus características propias. Pero siempre puede ser un interesante desafío reproducir, de alguna manera, políticas que benefician a una ciudad, país o al planeta en general.
Podríamos analizar la experiencia de Noruega un país de 5,3 millones de habitantes. Energéticamente es privilegiado ya que su matriz se caracteriza por ser una gran productora de energía renovable, cerca del 99%, debido a generación hidroeléctrica. Hay también un gran potencial en energía eólica, energía eólica marina y energía de olas, así como producción de bio-energía desde la madera.
En particular, su capital Oslo, con apenas 700.000 habitantes, puede servir de referencia para muchas grandes urbes para que cambien hábitos que propician el calentamiento global o aumentar sus esfuerzos por reducir sus emisiones contaminantes que inciden considerablemente sobre el cambio climático. Oslo se ha tomado muy en serio la lucha contra el cambio climático por lo que hace años que ha comenzado a tomar medidas en contra de la contaminación.
Desde 2016, la capital cuenta con un "presupuesto climático", una iniciativa de 42 medidas separadas en tres sectores:
1. energía y entorno construido 2.- transporte y 3.- recursos.
A raíz de este plan, las emisiones de dióxido carbono se contabilizan como si se tratara de un "presupuesto financiero".
Solo en el primer trimestre del año 2019, dos de cada tres autos que se vendieron en Oslo fueron eléctricos y uno de cada cinco autos privados que circulan por la ciudad son eléctricos. En Noruega los autos con motor de combustión pagan más impuestos que los autos eléctricos, además de circular sin pago de peajes por las autopistas y pueden usar las vías exclusivas para buses.
Otro de los proyectos emblemáticos de la ciudad son sus plantas incineradoras de residuos. Una vez que las personas separan sus residuos, la municipalidad los lleva a estas plantas. El desperdicio de alimentos, junto con otros materiales biológicos, se convierte en biogás y biofertilizante, mientras que los residuos plásticos son manejados por Grønt Punkt Norway (empresa privada sin fines de lucro responsable de financiar la recuperación y el reciclaje de envases usados) y terminan como nuevos productos plásticos. Los deshechos residuales se incineran y se convierten en calefacción urbana para la población de Oslo.
Oslo quiere reducir sus emisiones en un 36 por ciento, tomando como referencia los niveles de contaminación de 1990. De aquí a 2030, el propósito es reducirlas en un 95 por ciento.
El "presupuesto climático" de Oslo arrojará datos sobre el rendimiento de las medidas tomadas en la ciudad de tal forma que quede claro si se está más cerca o no de las metas trazadas.
A raíz de estas y otras tantas medidas que se han tomado tiempo atrás, la ciudad de Oslo fue declarada Capital Verde de Europa 2019. Anualmente se realiza una competición entre ciudades de más de 100.000 habitantes de los estados miembros de la UE, Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza. Los ganadores demuestran registros bien establecidos de altos estándares ambientales y un compromiso para establecer objetivos ambiciosos para el progreso ambiental futuro, respaldados por la aplicación práctica del desarrollo sostenible. Los esquemas tienen un enfoque particular en el crecimiento verde y la creación de empleo. Diez ciudades han ganado el Premio Capital Verde Europea: Estocolmo (2010-Suecia), Hamburgo (2011-Alemania), Vitoria-Gasteiz (2012-España), Nantes (2013-Francia), Copenhague (2014-Dinamarca), Bristol (2015-Inglaterra), Ljubljana (2016-Eslovenia), Essen ( 2017-Alemania), Nimega (2018-Paieses Bajos) y Oslo (2019-Noruega).
Todas estas ciudades y países que de acuerdo a sus posibilidades vienen trabajando contra el cambio climático y una mejor calidad de vida son un estímulo positivo que de alguna manera contrasta con los magros resultados de la COP25 realizada en Madrid en el 2019. Las diferencias entre los países en esta negociación han sido tan grandes que, de nuevo, no se ha podido llegar a un acuerdo. El tramo final de la negociación lo protagonizó el enfrentamiento entre Brasil —interesado en poder utilizar el mayor número de créditos de emisiones que ha generado desde la entrada en vigor del Protocolo de Kioto— y la Unión Europea, preocupada porque su mercado de derechos de emisiones se pueda ver inundado de ese tipo de créditos si no se fijan controles estrictos.
Quizás sería más conveniente dejar de lado esta trampa para el planeta que son los créditos de carbono ya que la contaminación es contaminación donde se realice y solo lleva a discusiones interminables que lo único que produce es una dilatación en el tiempo de medidas efectivas globales para la descarbonización del planeta y la disminución de residuos de cualquier tipo.-
Ing. Ricardo Berizzo
Cátedra: Movilidad Eléctrica
U.T.N.Regional Rosario
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